Regalo de Navidad
El momento ha llegado. Siento la necesidad de escribir, de sacar lo que tengo dentro de mí, de hacer que mi verdadero yo salga fuera de mí. Necesito una página en blanco en la que escribirlo todo: ansiedades, vida, muerte, el mundo. Es el poder de la escritura, de lo que significa, de lo que hace, de lo que me hace a mí.
“¿Y bien? ¿Finalmente has decidido?”, me pregunta mi editor.
Lo miro. No sé qué decir. Empiezo a sudar frío. Las gotas de sudor me bajan desde la frente hasta más abajo de la garganta. Mojan mi blusa blanca, volviéndola transparente, delineando perfectamente los contornos de mi seno. Incluso podría parecer sexy si no fuera por el picor extraño que causan esas gotas impertinentes de sudor. ¿Por qué insisto en usar sujetadores de encaje cuando sé que con el calor del radiador sudo y con el sudor se crea una fricción del encaje del sujetador con la piel?
Mis manos nerviosas y sudorosas reflejan la imagen de aquello en lo que estoy a punto de convertirme: una persona incapaz de hacer otra cosa que no sea copiar los escritos de otros. Escribir no es tan fácil; no es fácil tener ideas sobre un tema que no me interesa. Leo todo lo que hay que leer. ¿Y luego? Me inspiro en los escritos de otros y los adapto a mi forma de pensar.
Sé escribir. Pongo las palabras en la pantalla, una tras otra. Los verbos, adverbios, artículos están siempre en el lugar correcto. Con humor y color, doy vida a historias que se convierten en “cult”; historias que no siento mías.
¿Es posible que haya alcanzado un punto de aridez tal que ya no sienta nada? ¿Qué vida he tenido hasta ahora? ¿A qué me he dedicado?
A mí misma.
Pensé que esta era la única manera de alcanzar la verdadera felicidad. El mundo de hoy, con el concepto del propio ego por encima de todas las cosas, altera los valores y te hace ver todo distorsionado. Conforme a mi filosofía de vida nunca he podido amar a otras personas que no fuera yo.
Pero, ¿cómo podría adaptarme a todos los estereotipos de la pequeña existencia que llevaban mis padres? Una familia, una hija, un trabajo. Sábados y domingos en casa de mis abuelos. Días en los que el amor y el altruismo los percibía como falsos. Me sentía encarcelada a causa de la obligación de ser hija y nieta. No quería ser así de mayor. No me sentía feliz. Pensé que la felicidad podía venir de estar sola. Levantarme por la mañana, prepararme el desayuno, decidir por mí misma cómo se desarrollaría el día, sin otras influencias externas que las del trabajo, fue mi deseo absoluto de felicidad, lo que anhelaba. Por eso dejé Milán recién graduada. Por esta razón, cuando se presentó la oportunidad, decidí trabajar en Londres, lejos de todo aquel mundo al que sentía no pertenecer-
Haber alcanzado la fama sin tener a nadie al lado no hace realmente feliz a nadie. Haber alcanzado metas y no poder compartirlas con nadie no me ha dado verdadera felicidad. Ahora sé que debo lograr la constancia de una vida pacífica junto a las personas que me han amado para ser humanamente feliz. Como lo hicieron mis padres, con sencillez. Pero no podré hacerlo sola, necesito el calor de una familia.
Mientras tanto, mi sudor estaba congelado en mi piel provocando un escalofrío, extrañamente agradable, a lo largo de mi espalda. Miro a Luigi que decidió presionarme otra vez diciéndome: “¿Y?”
“¿Y qué?”
“Bueno, todavía no has escrito nada sobre la Navidad. En dos semanas llegan las fiestas … Dime…”
Nada. No sale ni una palabra. Cuántas historias se leen sobre la Navidad, cuántas cosas se dicen, manidas y vueltas a manir. Realmente no sé de dónde obtener ideas.
¡Aquí está! En mi mente, por primera vez, una idea banal, pero original para mí, toma cuerpo. Tengo que recuperar mi pasado, saborearlo, aspirarlo con las nuevas narices que me han brindado la experiencia y la madurez de mis años para finalmente poder decir algo mío. Tengo que irme a Milán. Mi rechazo categórico del modelo de vida de mis padres me ha llevado a la sequía. Por eso ya no puedo decir nada. Ahora comprendo los sacrificios que ha hecho mi familia para permitirme estudiar, para permitirme tener una cultura, un trabajo. Comprendo ahora su amor, que pensé falso y formal, y que con la distancia del espacio y del tiempo, veo inmenso y sincero. No supe vivir ese período de mi vida con la serenidad que mi familia me donó con dedicación. En Navidad no podré estar con ellos, pero ahora entiendo lo que realmente extraño.
“Luigi, me tomaré los tres días de vacaciones que aún me quedan antes de fin de año. Me voy a Milán”
“¡Marisa! ¡Pero cómo! ¿Y el relato?
“No te preocupes, en cuanto regrese tendrás un bonito regalo de Navidad en tu escritorio!”.
Dicho esto, me levanto de la silla, lo saludo, abro la puerta de su oficina y me voy.
Heathrow, 18.30 horas. Embarco en el vuelo a Milán. Tengo una extraña sensación de felicidad que anima mi cuerpo. Me siento segura y ligera, como si me hubiera despojado de esa capa negra que había envuelto mi alma durante diez años. No pensaba que podría sentir esto sólo con la idea de volver a ver a mi familia.
Desde el ojo de buey de la ventanilla del avión, miro las suaves nubes blancas que el avión atraviesa. ¿Cómo escribirías en una nube? ¡Qué idea! Saco el cuaderno de mi bolso y comienzo a escribir mis pensamientos, libremente. Quiero mezclarme con la celulosa de esta hoja blanca, suave, compacta, que impacientemente quiere ser acariciada por la tinta de mi lápiz. Siento que seré una con él, como nunca lo he sido. La estoy amando por primera vez.
Esta vez tendré mucho que contarles a mis lectores.
Elisabetta Bagli
#cuentosdeNavidad
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